domingo, febrero 26, 2006

¿si no es concierto es sincierto?

Uno más o menos cree que es una persona “normal” cuando lleva una vida tan monótona como ordenada y sin muchos sobresaltos ni laborales ni personales.

Es cuando recibes un sms de una antigua compañera de trabajo (que además de ejercer su tarea a diario como administrativa en la empresa en la que yo trabajaba antes, se dedica a cantar algunos fines de semana) cuando te das cuenta de que estás más sólo que la una.

Esta mujer no se podría decir que es amiga mía, pues yo, para considerar amiga a una persona, pongo una prueba facilísima, que en realidad pocas personas pasan. Proponer tomar un café y que esa persona acepte tan solo porque se lo has propuesto tú y porque le apetece tu simple compañía y porque no tiene ni pareja, ni niños, ni más amigos con los que tenga citas ineludibles y/o porque sí, sin más.

Esto que parece tan fácil, es simplemente imposible con una persona como mi administrativa-cantante favorita. Aún así, me envió el sms diciéndome que cantaba anoche, supongo que porque piensa que es la única manera que tiene de verme y porque supone que algún día que tenga concierto si llegaré acompañado aunque sea de mi prima (o de la suya).

Pero ayer pudo más mi sentido de "soledad-ridículo". Hice una visualización de la situación y me veía sin ningún amigo asistiendo al concierto y tomándome una copa sólo. Quizás esta mujer me hubiera presentado a un montón de gente... Pero la masa me asusta cada vez más. Me da vergüenza que piensen que soy un solitario (aunque en sí lo sea) y que digan que qué pinto en ese garito tomando un vodka con naranja y sin ninguna persona acompañándome, ya sea ésta amiga, compañera o familiar en primero o segundo grado (o sea, mi prima o la suya).

Así que me dio un pequeño bajón de moral, que esta mañana he curado con una amiga que no es de carne y hueso (o sí, pero no... yo me entiendo), y que siempre está dispuesta a cantar para mí esta canción llena de energía. Es Shelby Lynne y canta también para vosotros -estéis altos o bajos de moral- este Slow Me Down.

jueves, febrero 23, 2006

Vecino de parking

Tengo un vecino de parking que es taxista. Él ocupa la plaza 237 y yo la 238. Rara vez coincidimos en el momento exacto en que ambos vamos a montarnos en nuestros respectivos vehículos; él para trabajar y yo para ir al mío o a donde sea.
Sin embargo, las pocas veces que nos hemos visto –sobre todo por la mañana-, hemos llegado a intercambiar algo más que el consabido “buenos días” que a esas horas suele ser pronunciado entre dientes.

Y así, aunque los minutos en las grandes ciudades valen oro, me ha contado que lleva muchos años en Madrid, que es de Bilbao y que tiene una hija con una fuerte minusvalía. Yo le he contado historias del Metro... y otras; claro.

El sábado hice una de esas cosas raras que hago a veces. Cogí el coche y me largué a un pueblo que está a unos treinta y tantos kilómetros de Madrid a tomar un café. Iba yo sólo, como muchas otras veces, conduciendo sólo por el placer de no ir a ninguna parte con prisa y escuchando mi música favorita a un volumen no muy acorde con mi edad física, pero si con la musical y mental; es decir: alto.

Llegué a San Agustín de Guadalix –que así se llama el pueblo- me tomé el café mientras veía el Canal Viajes en un pantallón del bar, le dije a la camarera que tenía unas tostadas abandonadas en la parte de abajo de la barra desde hacía un buen rato, tostadas que estaban esperando con ansiedad un chico y una chica que entraron algo después que yo. La camarera me dio las gracias y la vuelta del café y después de dar un paseo y respirar un poco de aire “de pueblo” me volví a Madrid.

Al aparcar en mi plaza 238 vi que venía el taxista con su hija. Le di la enhorabuena por la compra de su nuevo taxi (un Skoda Octavia flamante). Me enseñó el tremendo maletero del que se sentía satisfechísimo y entonces fue cuando la niña me buscó para palparme -“La pobrecilla es que es como un pulpo”- decía su padre.

Y es que la niña es prácticamente ciega y totalmente sorda, por lo que sus manos se convierten en pequeños tentáculos ávidos de contacto, de información, puede que de calor. Su manita buscó la mía. Estaba muy fría, pero como mi mano estaba calentita, se la cogí y la acaricié. Me alegró conocerla y pensé en lo poco que nos acariciamos, en lo poco que nos tocamos o abrazamos la gente. En el poco contacto físico que la sociedad bienpensante nos ha obligado a tener.

Desde aquí me rebelo y mando un abrazo a quien me lea ahora. Ojalá os llegue.

lunes, febrero 20, 2006

"Rampla" de "mini-invalidos"

Voy a contar otra historia relacionada con el Metro, sobre todo porque no me apetece hablar de la gripe aviar ni de las caricaturas de Mahoma...

Verás; ahora por decir esto, seguro que recibo en mi normalmente tranquilo blog, la visita de cientos de miles de exaltados a favor y en contra de que se maten a todas las aves que tiendan a dibujar con sus errantes vuelos, la figura de Mahoma y de Alá enteros; los dos.

Escondámonos pues en el Metro, adonde ya no he vuelto a ir desde que una chica morena con los ojos muy negros y yo nos sonreímos. Es lo que tiene de bueno o malo lo de tener coche. Una vez hecha la revisión correspondiente, vuelve uno a su cajoncito con ruedas y allí no te sonríen ni morenas, ni rubias, ni mucho menos (gracias a Dios) el furgonetero que reparte cualquier cosa que la ciudad necesite o no, pero que lleva su musiquita de Camela a todo volumen tan contento él y como mucho te mira esperando la luz verde del semáforo (eso si no se lo salta a la torera) con cara de decir: ¡¿Qué pasa?!.

Y tú le dices: “Pues mire usted señor furgonetero, pasa que cercana la inauguración de la Estación de Nuevos Ministerios, concretamente del Intercambiador de Transportes entre Metro, trenes de Cercanías y buses, aconteció que se instaló una rampa para permitir que los minusválidos que fuesen a tomar alguno de esos transportes, pudiesen acceder a ellos sin problemas de movilidad. El Encargado de la Obra tenía su propio nombre para dicha instalación llamándola “rampla de mini-invalidos”. La pendiente de dicha rampa (fuera de normativa) era tal (cagada) que hubo que cambiar la interconexión entre la velocidad de la silla (a la que pusieron unos sacos con el peso parecido a un humano, no fueron tan brutos de poner a un señor de verdad) y la de la apertura de la puerta automática cuyo sensor era incapaz de detectar a tiempo el acercamiento a 91.3 km/h de la silla con los sacos produciéndose el fatal choque de silla y sacos con la puerta que asustada de su propia lentitud se abría 2,38 segundos tarde con sacos y silla desparramados por ahí...”

El furgonetero dice: “No es por molestarle, pero se ha puesto el semáforo cinco veces en verde (contando la de ahora), cuatro en ámbar y cuatro en rojo. ¡Ande!. ¡Tire!”.

Y yo ando y tiro y me digo. “Mañana al Metro, a ver los anuncios morenos con ojos negros y las chicas en pliegos menores”.

sábado, febrero 18, 2006

sin palabras


Otra historia en el Metro. Otra historia pequeñita; menor.

Estación de Núñez de Balboa- Línea-9

La chica morena de ojos grandes y negros y yo, observamos como en el otro andén, dos trabajadores se afanan poniendo cola de papel en grandes pliegos, que como un puzzle van a ser ensamblados para formar un anuncio...

El próximo tren efectuará su entrada en la estación en 2 minutos (reza el cartel luminoso de nuestro andén)...

Dan brochazos de cola y doblan con un arte que sólo ellos conocen seis, siete, no sé cuantos pliegos, mientras hablan por los codos.

La chica morena de ojos grandes y negros y yo, nos miramos y como ella debe ser una especie de bruja o maga, me dice telepáticamente; haciendo sonreír sus ojos; que nos vamos a quedar sin saber cómo pegan los pliegos y de qué será el anuncio...

El próximo tren efectuará su entrada en la estación en 1 minuto...

Yo levanto mis cejas resignado y ella me devuelve el gesto, pues ambos sabemos que nos vamos a perder el momento de la pegada y si se equivocan de sitio y si la cola no ha agarrado bien...

El tren está efectuando su entrada en la estación...

Nos montamos; ella se baja en Príncipe de Vergara y me regala una sonrisa. Yo también le doy una mía.

Me bajo en Estrella.

jueves, febrero 16, 2006

country music in N.Y.

Cuando ceno en casa; que es casi todos los días; me gusta poner algo de música como acompañamiento; como una especie de aderezo. Dependiendo de lo que elija, mastico más o menos deprisa o hago un sólo de guitarra (con la boca) entre bocado y bocado, o si es jazz; me parece estar en un restaurante de New York, cerca de Greenwich Village.

Hablando de New York; hoy he hecho salir del armario –de la estantería, sería más correcto decir- a uno de los poquísimos cantantes de country nacido en esa ciudad: Hal Ketchum.

La memoria me ha llevado al único viaje que he hecho a New York. Fue en el año 1997 y lo hice acompañado de una de mis personas favoritas y excelente compañera de viaje: mi hermana Ángeles.

A ambos nos gustaba en aquella época la música country (hoy día algo menos) y se dio la circunstancia especialmente divertida que este cantante actuaba en el World Trade Center, así que aprovechamos para ver las Torres Gemelas; comer en un restaurante de comida rápida-basura-pseudo-italiana llamado Sbarro; en lo más alto de una de ellas; y bajarnos a ver el concierto –gratuito; claro está- con el que nos deleitó a unos cuantos cientos de personas.

New York sigue ahí; las Torres ya no están, pero nosotros y hasta el mismo Hal Ketchum sí.

lunes, febrero 13, 2006

Party Line

Obra: Prolongación de la Línea-7 del Metro de Madrid. Año 1996

Conversación mantenida vía walkie-talkie entre Alfredo; Jefe de Obra. Paco; Peón de Topografía y Humilde; Encargado (Al que no oíamos).

Esta conversación tenía que hacerse por este sistema porque las oficinas estaban situadas en una posición tal con respecto a la obra que era imposible la comunicación entre Jefe de Obra y Encargado, por lo que el Peón estaba en medio de ambas ondas radiofónicas, retransmitiendo “a su bola” las ordenes. La comunicación fue más o menos así:

Alfredo: Paco, Paco. ¿Me escuchas?. Cambio.

Paco: Le escucho. Cambio.

Alfredo. Paco: Dile a Humilde que no pida el primer camión de hormigón hasta las siete. Cambio.

Paco: Vale. Cambio. Humilde: Que dice Alfredo que cuando llegue el hormigón te esperas hasta las siete a echarlo. Cambio.

Alfredo: Paco, Paco. ¿Me escuchas?. Que no me has entendido. Que le digas a Humilde que no pida nada hasta las siete. Que a partir de esa hora sí. Cambio.

Paco: Ah; vale. De acuerdo. Cambio. Humilde: Que dice Alfredo que pidas siete metros cúbicos hasta las siete, que luego vendrán más camiones pero que ya nada, que sólo siete. Cambio.

Alfredo: Pacoooo. ¿¡Pero qué dices!?. Que no haga nada Humilde hasta las siete, que ahora bajo yo a la obra, pero díselo como yo te lo digo: Que no pida hormigón hasta las siete. ¡Jode Paco, pero ¿me escuchas?!. Cambio.

Paco: Alfredo; cambio, digo; no. Es que se corta un poco. ¿Entonces, quedamos en que se viene usted ahora a la obra o luego a las siete cuando ya esté el hormigón?. Cambio.

Al pobre Alfredo le dio un ataque de risa histérica. Me contagió a mí que hasta ese momento estaba dibujando un plano tranquilamente. Acabábamos de inventar el party-line; sin saberlo; por supuesto.

La Línea-7 del Metro de Madrid funciona a la perfección a pesar de aquello.

viernes, febrero 10, 2006

Bibliomeme

El compañero de bitácora sebastiandell, me ha propuesto que escriba o más bien transcriba algo de un libro que me haya impresionado especialmente.

Entre otros muchos, he elegido esta obra llamada Seda cuyo autor es Alessandro Baricco. Lo que aparece a continuación es parte de la descripción que del libro se hace en su propia contraportada.

"Ésta no es una novela. Ni siquiera es un cuento. Ésta es una historia. Empieza con un hombre que atraviesa el mundo, y acaba con un lago que permanece inmóvil, en una jornada de viento.
El hombre se llama Hervé Joncour. El lago, no se sabe.
Se podría decir que es una historia de amor. Pero si solamente fuera eso, no habría valido la pena contarla. En ella están entremezclados deseos, y dolores, que se sabe muy bien lo que son, pero que no tienen un nombre exacto que los designe. Y, en todo caso, ese nombre no es amor. (Esto es algo muy antiguo. Cuando no se tiene un nombre para decir las cosas, entonces se utilizan historias. Así funciona. Desde hace siglos.)"


Le paso el testigo a: grismar & cinzcéu a juankar y a incondicional

miércoles, febrero 08, 2006

Heat Wave


Sintió frío. Un escalofrío más bien. Recorrió la casa entera para comprobar que ninguna ventana había quedado abierta por un descuido. Nada. Todas cerradas. Subió un punto más el termostato de su calefacción central. Pensó; en el leve intervalo de un segundo; lo monótona que era su vida. Al siguiente segundo lo pensó otra vez, cerciorándose de la indudable vida aburrida que llevaba. No tenía fuerzas ni para creer en imposibles aventuras o viajes o algo que le sacase de la desidia del ciudadano medio de una ciudad; de un planeta tan vacíos como él.

Miró la combinación ganadora de la loto: un acierto y el complementario. Un trueno sordo acompañado de una luz que le dejó ciego al instante entró hasta su alma. Sintió calor. Mucho. De repente no sintió.

domingo, febrero 05, 2006

La Matanza de Cifuentes

“Hubo seis cosas en la boda de Antón, cerdo y cochinillo, puerco y marrano, guarro y lechón”.


12:37: Llego a la gasolinera del km. 77 de la A2 dirección Zaragoza. Allí me encuentro con que ya están Luismi, Rosi y su hija Verónica, así como Carlos y Bea.

13:01: También llegan Carlos Zaragoza que curiosamente viene en la dirección de su apellido y su mujer Ana. Con el resto hemos quedado en Cifuentes, así que dejo mi coche en la gasolinera y me monto en el de Carlos y Ana.

13:12: Cifuentes. Vemos a Jesús Mena, a su mujer Charo y a su hija Yana. Hay que esperar a “El Pelos” y su mujer María y su hija Alba y a Belén, Juan y su hija Laura que como siempre llegan los últimos. Después de varios botellines y presentaciones nos sentamos a la mesa.

14:33: En la mesa ya está la ensalada de tomate con jamón y tocino salado que vamos pinchando mientras yo hago un castillo de abrigos entre dos sillas que inexplicablemente se tira toda la comida sin caerse.

14:40: Gachas del Pastor.

14:51: Torreznos de Alma.

14: 58: Migas Alcarreñas.

15:06: Morcilla de arroz.

15:11: Picadillo Matancero.

15:18: Oreja a la plancha.

15: 29: Sorbete de Cava.

15:45: Costillas adobadas.

15:58: Somarro del Matarife.

Todo esto regado con vino del terreno y algunos insensatos; agua.

Se me van las horas. Así que a no sé qué hora llega el Popurri de Postres: Tocino de cielo, Leche frita, Tarta de mora, Hojuelas con miel y flan y como desengrasantes: café de puchero y orujo de hierbas.

Luego nos fuimos a ver las yeguas de Miguel; el hermano de Luismi; ambas están preñadas y las niñas no pueden montar y dar un paseo, pero si acariciarlas. A algunos hombres del grupo nos regala una descomunal cebolla que tiene pinta de saber a gloria y que no tiene nada que ver con las cebollas todas iguales de los supermercados.

Decimos de ir a tomar una copa (o más) a Torija donde nos invita Carol, la sobrina de Luismi. Decidimos tomar la penúltima en Rebollosa de Hita. Ana y Carlos me llevan a la gasolinera donde yo había abandonado mi Golf por la mañana y ellos se van a Madrid, pero yo me acabo acercando al Hogar del Jubilado y único “bar” del pueblo. Allí soy yo quien invita a una o dos rondas por haber sido mi cumpleaños y porque sí. También se decide –estas decisiones son muy de bar- que en abril; Carlos Canales traerá un jamón; Juan hará una caldereta de cordero; “Chule” (el dueño del bar) pondrá barriles y más barriles de cerveza y yo digo en francés que prometo llevar unas cuantas botellas de Brut Imperial Moët Chandon -que ya sé que no pega nada, pero yo soy así de innovador- ante la mirada atónita y la posterior aprobación satisfactoria de “Chule” y del resto de los hombres que nos damos la mano como señal de palabra de honor.

Yo me fuí a las 12:37 de la noche (o sea 12 horas después de haber llegado a la gasolinera). Algunos se quedaron a dormir en el pueblo con tanto alcohol en las venas como sentido común al no conducir.

De vez en cuando vienen bien estos baños de reciedumbre, de amistades de años, de comilonas rotundas y de sentimientos quizás algo primarios en sus modos, pero tan sinceros que emocionan hasta al torrezno de alma más duro.

Nota: Tanto Cifuentes, como Torija, como Rebollosa de Hita son poblaciones de la Alcarria, de Guadalajara.

miércoles, febrero 01, 2006

1956-2006


Mi madre me llevaba dentro desde hacía unos ocho meses. A las ocho de la mañana de un día como hoy de hace 50 años, se despertó con molestias algo mayores que las propias del embarazo que; de todas formas; estaba siendo relativamente cómodo.

Decidió prepararse para ir al médico por si esos dolores eran resultantes de alguna complicación en el parto, así que se levantó y se fue a la cocina a asearse un poco. No fue a la cocina por capricho, sino porque era la habitación más calentita de esa casa que como toda casa antigua tenía su cocina de leña y carbón y los rescoldos del día anterior eran capaces de calentar unas horas más el habitáculo, hasta convertirse en cenizas.

En la cocina estaba desayunando la que se iba a convertir “sin comerlo y sin beberlo” en mi madrina: Angelines. La bella Angelines; valenciana y muy morena e hija de unos amigos de mis abuelos y que solía pasar unas semanas en Madrid, debía contar en aquel momento con 17 años y “de golpe y porrazo”, descubrió como se daba a luz, pues como he dicho, mi madre decidió lavarse no sólo por una lógica higiene, sino para ir aseada al médico. Con la ayuda del jabón utilizado en esa higiene personal, sonaron tres ruidos parecidos al descorche de una botella de champagne, que no eran otros que mi cabeza y mis hombros, escurriéndose con el jabón y saliendo a toda velocidad hacia el suelo....

Angelines se convirtió con todo derecho en mi madrina porque; aunque atónita ante el espectáculo que tenía delante; tuvo los reflejos suficientes para tirarse al piso y evitar que me estrellase contra el duro terrazo de la cocina, mientras mi madre se agachaba con cuidado, con perplejidad y con un terrible dolor.

Ese día vinieron más complicaciones, pues ante la situación de urgencia, no se les ocurrió mejor cosa a las vecinas del 1ºA que cortar el cordón umbilical con unas tijeras de cocina. Cuando vino el médico, examinó la placenta para ver que tanto ella como yo estábamos enteros. Casi no podía atarme el ombligo porque no se fió de las tijeras cocineras y cortó algo más de cordón. Hay que decir que además yo era el primer bebé que atendía el ginecólogo que estaba encantado con la experiencia y que a los pocos años se haría famoso por ir al Congo Belga a montar hospitales infantiles. Logró coserme, pero por la noche oyeron una especie de maullido muy bajito; era yo, que me desangraba. Mi padre corrió hasta la consulta del médico. El que nos había atendido a madre y niño por la mañana no estaba localizable. A mi padre casi le atropella un tranvía -de los que por aquel entonces circulaba por la calle del Conde de Peñalver- por ir a por el médico de guardia al que pilló en su casa, jugando a las cartas y con ciertas reticencias para venir a la nuestra a esas horas de la madrugada en la que no había ni Urgencias, ni 112, ni casi teléfonos. Mi padre prometió asesinarle si no venía a vernos. Totalmente “convencido” apareció y cortó mi hemorragia, pero nos dijo que por la mañana vendría nuestro médico.

Ya el día 2, el joven médico cosió a lo vivo el desgarro que mi intempestivo nacimiento había producido en mi madre y a mi me puso un cartón de la contraportada de un libro francés llamado “Fauvette et ses frères” (esto no viene al caso pero me hace gracia ponerlo) entre el nudo del ombligo y la tripa para conseguir que se secase y se curase la infección. Extraña solución, pero eficaz, porque aquí estoy todavía...

Esta larga entrada se la dedico a mis padres, a mi madrina Angelines y al doctor Joaquín Sanz Gadea que como comenté antes, se haría famoso en los años cincuenta por ejercer su medicina en lo que en aquel entonces se llamaba Congo Belga. Siempre he pensado que a pesar de la fama y del reconocimiento por su labor, quizás recordó aquel primer niño al que atendió el 1 de febrero de 1956 en esa casa que estaba en la calle de Montesa nº11 Escalera A, 2ºB y que no se sabía muy bien si había sido un convento o un cuartel y que; para bien o para mal; ya no existe.