sábado, enero 29, 2011

Objetos inanimados...

Siempre me han interesado esas historias sobre objetos sin vida, con los que compartimos la nuestra, ya sea animada o desanimada, y que a veces, nos parece que no son tan inanimados como parecen

¿Quién no ha perdido o creído perder algo y según sean sus creencias, le reza a San Antonio Bendito o a San Cucufato (los cojones te ato, si no me lo encuentras, no te los desato) y uno de los dos santos, va y lo encuentra?

Y no me refiero a cosas minúsculas como un botón o una aguja, que parecen haber nacido o bien para la una, atarle y bien atarle en una prenda con vueltas y más vueltas de hilo o bien para en un descuido de la celosa aguja, desatarse el botón de la camisa de rayas y buscarse otra vida, más rodada y menos prieta y más libre.

Pero casi sin duda y si hubiese un "ranking" de estas cosas (que lo habrá), la prenda o la cosa inanimada que más se divorcia, que más se despareja, que más escapa sin decir "ahí te quedas" es; o mejor dicho; son los calcetines que se ponen a lavar.

Uno siempre está seguro al 100% de que al meter la ropa en la lavadora, iban las parejas de calcetines azules con azules, verdes con verdes, marrones con marrones, de Hello Kitty con Hello Kitty (por poner un ejemplo), pero al sacar la ropa ya lavada e ir a tenderla ¡sorpresa! falta un calcetín, nunca los dos, pues en ese caso, quizás no repararíamos en su pérdida, pero al haber solo uno, te pones a mirar dentro del tambor de la lavadora, das vueltas con la mano, no sea que se haya quedado enganchado o pegado (te sientes absurdo), recorres como un investigador una y otra vez el camino de ida y de vuelta de la lavadora al tendedero, pero nada, no vuelve a aparecer.

Es entonces cuando sopesas varias posibilidades; una: la lavadora es una calcetinofaga y al menor descuido, se lo zampa y eructa los huesos al siguiente centrifugado; otra: el calcetín, antes de ser introducido en la lavadora, se hace una especie de bicho bola y mientras vas a por el suavizante, rueda y rueda hasta la terraza y desde allí, camina sin parar, a la pata coja (no puede ser de otra manera) aprovechando tu descuido detergentil y se va a jugar a ser libre con el botón de la camisa de rayas, cuya falta (la de ambos) me ha convertido poco menos que en un pordiosero.

He puesto al otro calcetín en el sitio de los trapos sucios, lo merezca o no. Es la vida.