Yo no sé si soy el último humano que queda sobre el planeta. Ni lo sé, ni en realidad me importa después de todo lo que ha pasado en tan poco tiempo.
Y es que si te pones a pensarlo y a pesar de que los acontecimientos han sido tan brutales, han debido pasar solo uno o dos meses desde que empezó todo.
Los humanos lo hubiéramos llamado el fin del mundo, pues siempre hemos sido tan fatuos, tan orgullosos, que hemos creído que si sucedía algo como lo que ha pasado, sería el fin del mundo, cuando en realidad, sería o ha sido el fin de la humanidad (aunque como mínimo quede yo).
No sé si el planeta está entero después de tanta actividad. Me pasa como antes cuando imaginaba poder ser el último humano: que no me importa.
Si el planeta se ha convertido en un icosaedro, me es indiferente. Lo que sé, es que todo lo que alcanzo a ver es como si fuese el Amazonas, lugar en el que nunca estuve, pero que sí vi en múltiples formatos: fotografías, documentales, ordenador, etc., y que en su belleza, no se parece en nada a la ciudad en la que vivía hace eso, uno o dos meses.
Empezó todo muy deprisa. Una de las cosas más espectaculares fue cuando todo lo relacionado con el petróleo, se convirtió en unos pocos minutos en agua corriente y curiosamente potable. Fue terrible saber que miles de aviones que surcaban los cielos del mundo, cayeron en picado pues su combustible se convirtió en agua. Igualmente espeluznante fue ver las caravanas de vehículos de todo tipo con su gasolina convertida en agua y observar a los aterrorizados conductores escapar de ellos, incapaces de volver a arrancar los mudos motores. Todo era una cadena de parón general de la industria, de la electricidad, de toda actividad referente al crudo convertido en cristalina agua.
Los gobernantes de todos los países, creyeron ver atentados, armas secretas, presiones militares o diplomáticas por parte del adversario, pero como ningún ejercito podía moverse, llegaron a la conclusión de que o bien era el fin del mundo, o bien –esto era lo más lógico- no tenían ni la más remota idea de lo que estaba pasando.
Lo mejor –peor en términos humanos- estaba por llegar, pues un día, el planeta decidió sacudirse las pulgas humanas, fue como cuando un perro sale de un río y menea todo su cuerpo para despedir miles de gotitas de agua. Eso hizo el planeta. Se sacudió de golpe y a la vez por completo. Es como si la naturaleza hubiese estado creando un paraíso vegetal bajo nuestras moles de hormigón y cuando la tuvo lista, decidió despedir todo lo relacionado con la civilización. Me cuesta escribir esta palabra sin hacerle un guiño de complicidad a la nueva situación: civilización, ja.
Terremotos, diluvios, tsunamis… Todo preparado para volver como en un círculo a los orígenes. No hubo ni rastro de dioses, ni de ángeles tocando trompetas, ni de almas subiendo al cielo. Solo hubo destrucción de la chapuza humana que había durado tanto tiempo y construcción de algo que no sé lo que es, pero que es como el Amazonas, el sitio ese que decía antes que nunca llegué a ver, pero que recuerdo haber visto en formatos como fotos, documentales, etc.,