viernes, agosto 31, 2007

Mario

Mario apareció un día en una plaza de la gran ciudad. La plaza la forman tres inmensos bloques de viviendas que forman una U que se convierte en O al cerrarse ese hueco con una iglesia. Mario habla poco, solo cuando alguna neurona le hace recordar lo que es o lo que fue. No se sabe mucho de Mario. Tendrá unos 30 o 35 años aunque en sus ojos se ve el dolor de la pérdida y la locura a la vez que la inocencia y el amor de un niño. Llueva o nieve, Mario duerme al raso, a la intemperie, como ejerciendo una especie de libertad ganada en no se sabe que partida de cartas, como saboreando su derecho a respirar y a no tener techo ni paredes que le opriman. Cuando Mario ve pasar alguna nube, mira hacia ella, sopla fuerte y dice: “Nube, soy tu viento...” Y la nube le obedece dulcemente y se mueve con su soplido hacia el Este. Dos chicas han adoptado en parte a Mario venciendo la inevitable sensación de enfrentarse a un humano extraño que las pocas veces que habla les cuenta unas vidas quizás inventadas o recordadas u olvidadas a propósito. Las chicas se llaman Ana y Noemí. El pasado invierno le compraron un saco de dormir. Cuando se lo dieron; Mario (que estaba en uno de sus días de no poder o no querer o no saber hablar) puso el dedo pulgar de su mano derecha hacia arriba en señal de gracias y de aprobación y de cariño a sus ángeles. Lo compraron con tanto tino que esa misma noche nevó intensamente en la gran ciudad. Ana y Noemí se asomaron varias veces durante la noche, preocupadas aunque reconfortadas al ver a Mario bien embutido en su saco recién estrenado. A ambas les dio un vuelco el corazón cuando por la mañana apareció todo nevado y tan inamovible como Mario en su saco también nevado. Se miraron y creyeron compungidas que Mario no había superado la noche empeñado en dormir sin techo. Sin embargo; en ese mismo instante, Mario se removió, salió de su saco, se desperezó, tocó la nieve, la acarició más bien y dibujó una sonrisa en la superficie nevada bien grande hacia la ventana donde Ana y Noemí imitaban llorando de alegría esa sonrisa de nieve cálida y amorosa.

viernes, agosto 17, 2007

Charlas veraniegas

Él: ¿Sabes que es lo que menos me gusta de este chiringuito de esta playa?

Ella: ¿Qué?

Él: Pues el chiringuito en sí. Mira; los camareros que tardan horas en traerte una maldita coca cola, que parece que les has pedido la condenada fórmula secreta del brebaje americano que el otro día salió en el Trivial cómo se llamaba. ¿Te acuerdas?

Ella: Me acuerdo que salió la pregunta, De la respuesta no me acuerdo como pasa con casi todas las preguntas de ese juego, que vuelves a jugar otro día y no recuerdas que era algo así como X77. Anda, pídele a este camarero que se llama Paco aunque no atienda por su nombre un par de coca colas.

Él: ¡Paco! ¡Pacoooo! ¡Pac!. Nada, ni caso. Joder con el chiringo este. Este tal Paco; ¿no será por ventura ciego y sordo de nacimiento y por una de esas historias de trabajos sociales le tienen aquí dando tumbos de una mesa a otra sin servir ni cobrar?

Ella: Por lo menos el chiringuito este nos sale barato, porque las dos cañas de ayer y los dos tintos de verano del martes no pudimos llegar a pagarlas. Un siglo esperando a que Paco o sus otros compañeros Pacos ciegos y sordos nos atendiesen y tuvimos que hacer sendos “sinpas”* que no se a ti; cariño; pero a mí me está empezando a gustar eso de no pagar, jaja.

Él: Yo es que ya sabes que soy tonto y me tiembla todo el cuerpo del delito. Vamos, que parece que he robado la Capilla Sixtina y me la he metido en el sobaco y está a punto de descubrirme Paco que se ha chivado a Benedicto XVI, jaja.

Ella: Y encima el calor o mejor dicho: “la caló” que hace que no corre una pizca de aire. Paco: échanos setenta litros de agua helada por la cabeza…

Él: Estaría bueno que te escuchase; niña, jaja. Ni coca colas ni nada. Setenta litros de agua helada. Seguro que “tendríamos” que hacer otro “sinpa”.

Ella: ¿A qué no sabes lo que me apetece ahora?

Él: ¿El qué?

Ella: Pues un chocolate calentito con churros en Madrid, en San Ginés**, unos días antes de Navidad… O sea; no es que me apetezca ahora aquí. Me apetece pensar en esa época con su fresquito, con sus compras, con su chocolatito… mmmhh..

Él: ¡Qué cosas se te ocurren! ¡Mira que sois raras las mujeres! Anda Paco; para mi niña un chocolate bien calentito, siete cañas, veintiséis tintos de verano, una de gambas, un donut, cuatro churros, y una dorada a la sal; para mí lo mismo menos el donut.

Paco: No, si donuts no nos quedan. Lo de antes eran dos coca colas ¿no? ¿Son para llevar?

Ella: Ay Paco que alegría: ¡oyes! ¡ves!. ¡Esto es un milagro!. Dile al Papa que le devolvemos la Capilla Sixtina mañana, que la tenemos de sombrilla y es la admiración de media playa y sí; Paco, ponlas en un tupper que nos las llevamos a la sombrilla Sixtina que se la está llevando el viento que en este chiringuito de dios y del papa no corre.

Paco: ¡Manolo! Trae a estos señores dos cocacolas para llevarle a su padre o no se qué; que yo ando muy liado... ¡Coño, ya se me han escapado los de la mesa 14!...

Manolo: ¿Que les traiga dos cocaques a quién?...

Él y Ella: ¡Vivan las vacaciones! (yéndose sin cocacolas ni nada pero abrazaditos y felices)


* Método que consiste en irse de un local sin pagar cuando reiteradamente se ha querido hacer ese pago.

** "Inspirado" por una conversación en Mujeres al blog con Eloryn

domingo, agosto 05, 2007

Kaamla

Kaamla es una joven afgana que ha decidido ser libre.
Ha ido recopilando trozos de espejos; unos más grandes, otros más pequeños, redondos, cuadrados, aunque la mayoría tienen esas formas poligonales caprichosas que se suelen deber a la rotura y a la separación en una especie de Big Bang especular de esos trocitos que formaron un todo; un espejo quizás de cuerpo entero que es lo que a escondidas está construyendo Kaamla.

Hoy Kaamla lleva bajo su opresivo chador el último cachito de espejo.
Lo ha ido montando cuidadosamente en una tela, pegando pieza a pieza hasta conseguir lo que se ha propuesto: un gran espejo en el que poder mirarse.

Con un poco de nerviosismo ha sacado el último espejito, la última pieza con la que va a terminar ese rompecabezas tan fácil de hacer; pues todas las piezas son un espejo; pero tan difícil a la vez pues Kaamla ha debido memorizar cada semana, cada mes, qué piezas le faltaban.
Ha ido al desván.
Ha cerrado la puerta con cuidado.
Ha sacado la tela envuelta y escondida tras un inservible mueble y ha pegado el espejito.

Ha colgado el conjunto.
Casi se le para el corazón al verse reflejada a través de los agujeros que su chador tiene para poder ver.

Se ha ido desnudando poco a poco.
Siempre viéndose a través de la red del burka por la que hasta ahora ha mirado el mundo.
Por fin se ha quitado el burka.
Al verse tan bella, tan perfecta, ha empezado a acariciarse entera, a masturbarse sin dejar de mirarse con pasión, a gozarse sin freno.
Kaamla es una joven afgana que ha decidido ser libre.

sábado, agosto 04, 2007

Dispensador de entradas blogueras


Les presento a ustedes a mi nuevo ordenador.


Espero que su uso no influya en mis neuronas y éstas sigan pensando cosas para que yo las escriba en este espacio.


Pronto volveré con alguna historia.


De momento: Él es el protagonista.


Bienvenido a casa.