domingo, septiembre 24, 2006

Música en el Jardín

Música en el Jardín “El Capricho”

Cuarteto Assai:
Reynaldo Maceo Rodríguez, 1er violín
José Martínez Pérez, viola
Gladys Silot Bravo, 2º violín
Joaquín Ruiz Asumendi, violonchelo

Programa:
W.A. Mozart (1756-1791)
Cuarteto en la mayor K 464 (de los Cuartetos prusianos)
Allegro – Minuetto trio – Andante – Allegro non troppo

Allegro: El ligero frescor del otoño recién estrenado hace que el nombre de este movimiento tenga sentido. Los olores de suaves perfumes del jardín se mezclan con otros igualmente agradables como son los de la ropa de abrigo sacada de los armarios hace un rato y dueña ya de la estación, mientras bermudas, camisetas, bañadores y demás ropajes veraniegos ocupan dobladitas su lugar de descanso en la balda del armario que pone: verano.

Minuetto trio: En este momento el color del cielo se va volviendo nocturno. Sombras “jardinescas” y luces difusas se entrelazan, a la vez que la música lo llena todo como si de una banda sonora original del otoño se tratase. Suenan a lo lejos unos fuegos artificiales que molestan a algún “purista” pero que a mi me resultan de lo más divertido y apropiado sin importarme lo que celebran.

Andante: “Andando” solemnemente, aparece un gato blanco y negro entre las filas de los improvisados asientos (eufemísticamente llamados butacas) pero que no dejan de ser sillas de plástico de esas de las terrazas de verano y que esperan; como las ropas anteriores; a ser guardadas en otra balda de otro armario que seguro que dice “sillas de terrazas de verano”. El gato está encantado con tanta gente. Quizás no otro sino él; dueño absoluto del jardín; piensa en lo bien que le ha quedado la fiesta a la que nos ha “dejado” entrar a los humanos a escuchar a Mozart.

Allegro non troppo: El señor que tengo justo delante es grandote y apenas me deja ver a Reynaldo y a Gladys (de José veo el arco ir y venir frenéticamente y de Joaquín sólo escucho el impresionante sonido grave de su violonchelo). Me tapa a dos artistas, pero no me tapa el arte que oigo y disfruto perfectamente. En esto, reparo en un insecto alargado como de un centímetro que gracias al color blanco del jersey del señor grandote y a pesar de la poca luz reinante, distingo perfectamente. Se pasea de un hombro a otro, saca las antenitas cuando algún scherzo le sorprende y ya justo en el finale, me parece que llega a bailar al ritmo de los violines, la viola y el violonchelo…

Música, olores, colores, gatos elegantes, insectos melómanos, fuegos artificiales… ¿Se puede pedir un mejor comienzo para este otoño madrileño?.

martes, septiembre 19, 2006

negro, gra.

Tiene que ser triste ser negro…

Y obviamente no me refiero a la felicidad o infelicidad de las personas que nacen, viven y mueren con ese color de piel y que reirán o llorarán como los blancos, los asiáticos o los de Sigüenza, sino a los que la Real Academia de la Lengua define en su:

Artículo enmendado. Avance de la vigésima tercera edición. negro, gra. que en la definición que me interesa ahora, que es la decimosexta reza así:

16.m. Persona que trabaja anónimamente para lucimiento y provecho de otro, especialmente en trabajos literarios.

Y es que tiene que ser triste ser este tipo de negros.

Debe ser como descubrir el Polo Sur y que el Jefe de la Expedición diga que ha sido él y le colmen de parabienes mientras tú dices: No me importa: he sido yo.

Debe ser como dar un pase irrepetible; con la precisión de un compás; a Maradona y que toda la vida se recuerde el gol del pibe pero no el nombre de quien dio el milimétrico pase.

Debe ser como asistir de simple espectador al Masters de Augusta, coger un palo cualquiera de golf (en esa época los hay hasta en el supermercado al lado de los donuts) y cuando no te ve nadie (por ejemplo a las cinco de la mañana) meter de un solo golpe una bola que había por ahí en el hoyo 7 y reírte tú solo de la casualidad.

Debe ser como donar esperma y por un despiste médico o por una curiosidad manifiesta, saber quien es tu hijo y admirarlo en silencio y gozar con su descubrimiento del Polo Sur antes de dedicarse al fútbol y antes de dar un pase irrepetible a Maradona en el Masters de Augusta; en el hoyo 7.

sábado, septiembre 16, 2006

Cambio de look

Esta foto es la que va a acompañar mi perfil bloguero hasta que me canse y ponga otra o quizás quede para siempre; mía será la decisión. Me la hicieron unos compañeros de trabajo hace unos meses. Fuimos a visitar unas obras del Metro de Madrid y tras recorrer instalaciones, túneles, estaciones, tuneladoras, excavaciones y todo tipo de elementos inherentes a una obra y cuando el peligro (me río yo, jaja) ya había pasado, tuve la torpeza de pisar lo que parecía un pequeño charquito de agua embarrada que con las botas que llevaba puestas, creía yo (en mi inocencia) que iba a sortear sin problemas, dando un ágil saltito de unos centímetros (no se trataba de batir el record del mundo) con la otra pierna o con la misma, ya no me acuerdo….

El caso es que el charquito resultó ser sólo la superficie de un lago de barro de proporciones astronómicas, el rey de los lagos embarrados madrileños. Me agarré como pude a una escalera metálica, pero mis pantalones (y casi la mitad de mi persona) ya se habían bañado en ese barro obrero.

Se me ocurrió que podía poner cara de jefe cabrón, así todo serio (aunque estábamos todos descojonados de la risa) y que me hiciesen esta foto.

Si es que soy un ratón de biblioteca.

Es lo que hay.

lunes, septiembre 11, 2006

VUELTA AL COLE

Desde hace unos días, sobre la carretera por la que me dirijo al trabajo o a otros menesteres, un cartel luminoso advierte a la población de una inminente catástrofe, de una plaga imparable aunque predecible:

“PRÓXIMO LUNES (o sea hoy) VUELTA AL COLE. EXTREME LAS PRECAUCIONES, RESPETE ZONAS ESCOLARES”.

A mi, en cuanto me dicen que extreme las precauciones me da por no saber muy bien que hacer. Es como cuando vas por una carretera entre montañas y ves esa señal que los conductores conocemos y que nos preavisa más bien ambiguamente de unas posibles caídas de rocas, precisamente cuando nosotros estemos pasando. Rocas que quizás lleven escurriéndose un poquito durante siglos, pero que al cambiar nosotros de cuarta a tercera sufren un vahído, un temblor remoto que las hace despeñarse contra el coche de atrás. También es mala suerte...

Total, que yo voy por la carretera urbana llamada M-30; que ha salido en este blog alguna que otra vez; y temo encontrarme agazapados en el arcén a un grupo de escolares díscolos que se van a poner a cruzar la carretera a mi paso y que como en un videojuego a la inversa (porque en un videojuego “como debe ser” yo ganaría puntos cuanto más niños espanzurrase) debo esquivar todo lo hábilmente que mi relativa pericia al volante sea capaz de desarrollar...

Lo de respete zonas escolares no sé muy bien qué quiere decir. A lo mejor no deberían ir los padres riéndose sin control porque por fin se han deshecho de esos pesaditos seres humanos de sus entrañas a los que han tenido que soportar durante este largo, tórrido e interminable verano mientras los susodichos pesaditos seres humanos de sus entrañas caminan cabizbajos y cargados con macro-mochilas (algunos parece que van al Himalaya más que a una simple clase de Lengua) hacia la inexorable puerta del cole...

Así que desde esta bitácora vaya mi enhorabuena a padres y abuelos que por fin se quedan unas horas sin esos angelitos del cielo a los que han tenido que soportar todo el verano y enhoramala (se siente) a profesores y a los propios alumnos.

P.D. ¡Enhorabuena; Eva!.

sábado, septiembre 02, 2006

Invisibles

Invisibles.

Así nos volvemos poco a poco. Suele ser un golpe bajo para aquellas mujeres cuya belleza; cuando entraban en un salón repleto de gente; hacía enmudecer ya de envidia, ya de admiración a todos. Volverse invisibles para estas bellezas es como el principio del fin que no es la muerte, sino su muerte sin morir.

Para otros como el señor Acisclo, la invisibilidad ha sido parte de su vida desde pequeño. Los niños jugaban con él sólo cuando no había más remedio. Las mujeres que no pasaron por su vida, no supieron ni que existía. Ahora se siente más que cómodo con esa invisibilidad. La invisibilidad es como una especie de novia invisible como él, pero visible a sus ojos y siempre dispuesta a acompañarle. De hecho a no dejarle, a no abandonarle.

Su hermana Pepita si que se casó y hace seis meses, el señor Acisclo fue a ver a la única hija de su hermana: a su sobrina Marta, separada hace años de un petardo que lo único que le dejo fueron dos niños: Roberto; como el padre huidizo y Mario, el pequeño y el ojito derecho del señor Acisclo.

El señor Acisclo los quería como si fuesen sus nietos, aunque éstos le solían mostrar más hostilidad que cariño. Indiferencia más que hostilidad, en realidad.

El señor Acisclo se puso su camisa azul claro, sus pantalones azul oscuro, sus zapatos de rejilla y cogió el Metro. Cogió la Línea-6 que es una línea circular y que no tiene principio ni fin, sino que da vueltas continuamente como una noria horizontal.

Se montó en Conde de Casal y como tenía que ir a Puerta del Ángel pensó que le daría tiempo de leer un poco el periódico. Se sentía bien aunque un poco cansado pues por la noche le había dolido un poco la espalda y no acabó de encontrar una posición de dormir hasta las tantas.

Estaba tan a gusto sentado en el Metro y le quedaban tantas estaciones todavía que cerró los ojos y se durmió para siempre en su asiento tan visible para él como para su compañera invisible, pero tan invisible para los viajeros de esa Línea-6 que nunca le vieron entrar y nunca le vieron salir ni sólo ni acompañado ni en Conde de Casal ni en Puerta del Ángel y que no le ven dormido plácidamente con el periódico de hace seis meses en su regazo acompañado de su inseparable invisibilidad.