miércoles, mayo 30, 2007

sábado, mayo 26, 2007

Daltonia

Cuando Javi salía a pasear, lo hacía de un modo casi autómata. No porque no le gustase, sino al contrario, porque esta actividad mañanera le llenaba de oxigeno y de gozo por lo que le rodeaba; que en parte era suyo; aunque Javi siempre decía que la naturaleza no nos pertenece aunque se exhiba impúdicamente y nos regale su colorida belleza.

Nada más dejar la verja de la bonita aunque pequeña casa en la que vivía, giraba a la izquierda y tomaba el Camino del Molar. El camino si se usaba; el molar hacía muchos años que no molía ningún grano de trigo y aunque algún habitante del pueblo con cierta inquietud cultural había querido convertirlo en museo, en realidad era un lugar abandonado donde como mucho los jóvenes enamorados del pueblo iban a descubrirse. Javi andaba unos cien metros y se dirigía al Monte Respiro por el caminillo que llamaban de Los Matojos. Ese camino empezaba con una ligera cuesta con árboles y plantas y vallas y montículos de rocas que Javi reconocía a cada paso haciéndose cada vez más pronunciado hasta que se llegaba a la cima desde donde se divisaba gran parte de la comarca. Luego Javi bajaba por unos recovecos que le devolvían al otro lado del pueblo donde ya en llano volvía a su casa no sin antes tomarse un cafetito en el bar de Julio.

Ese día sin embrago, Javi se vio sorprendido por un descubrimiento que le dejó atónito. Nada más empezar a bajar del monte, encontró un camino nunca visto por él y que aparecía flanqueado por tupidos álamos. Pensó que si no se salía del camino al que llamó de momento Camino Nuevo; ya se me ocurrirá otro nombre, se dijo para sí; andaría unos kilómetros y siempre podría desandar sus pasos. El Camino Nuevo le atrajo como un imán, como si una música inaudible le envolviese y le llevase por esa senda casi sin pisarla.

Dicen que el camino que tomó Javi lleva a un sitio del que nuca se vuelve, donde la esperanza es verde, donde la vida es rosa, donde los perros son también verdes, donde las penas y la hierba son azules como los príncipes y donde todos los colores se mezclan casi sexualmente para lograr el desconcierto primero; el ensimismamiento después y finalmente: el deseo de quedarse para siempre en Daltonia.

sábado, mayo 19, 2007

Llamada de teléfono

Madre: (Llamando por teléfono) Totitotititotitoto (sonido de las teclas del teléfono).

Tuuuuuuuu, tuuuuuuuu, tuuuuuuuu…. (sonido del otro teléfono esperando respuesta).

Hija: ¿Sí?.

M: Hola Marisol; soy mamá.

H: ¡Ay!. ¡Hola mamá!. Te iba a llamar ahora mismo. ¡Qué casualidad!.

M: ¡Tenemos telepatía, jaja!. ¿Qué tal estás?. El otro día estabas fatal entre el catarro y la alergia que este año mira que ha venido pesada.

H: Mucho mejor mami. Fui a la farmacia y al final me dijeron que no era catarro, que era lo de la alergia. Con tanto moqueo me parecía que era catarro, como nunca he tenido alergia, pues me extrañaba. Pero bueno, me han dado unos antihistamínicos que me dejan medio tonta, pero por lo menos no gasto tanto pañuelo de papel. ¿Y papá?. ¿Dónde anda?.

M: Está en la terraza haciendo crucigramas. Ya sabes lo que le gusta desde que se jubiló.

H: Ya lo creo. Es un hacha. Dale un beso.

M: De tu parte, cariño... Y ¿Qué tal en el trabajo?; hija. ¿Cuándo hablamos?. Anteayer me parece que fue ¿no?, que me contaste lo de la lista de tu jefa. Has hecho bien en decirle cuatro cosas bien dichas. Si te echan que te echen, pero que no se crean que eres tonta.

H: Era lo que hablábamos el otro día, mamá. Que yo hago mi trabajo lo mejor que sé y nunca he tenido problemas. Lo que pasa es que esta tía es una trepa y quiere subir pisoteando a los demás. Es lo que me decía Juan ayer, que se dé cuenta esta señora que no se puede ir así por la vida, que se cree la idiota que va a heredar la empresa.

M: ¿Quién es Juan, hija?.

H: ¡Ay mamá!. Pues ¡quién va a ser!; mi marido. A ver si te crees que hay mas Juanes por ahí, jaja.

M: Pero…. ¿cómo que tu marido?. ¡Si no estás casada!.

H: Harta es lo que estoy, aunque últimamente estamos mejor, pero vamos… Pero ¿qué te pasa con que no estoy casada?. ¡Qué graciosa!. ¿Ya te has olvidado de lo guapa que ibas?... Bueno aparte de mí que era la novia; claro. Jajaja.

M: ¡Uy! Que me parece que me he confundido de teléfono. ¿Tú te llamas Marisol?.

H: Jolín mamá. Pero si elegiste tú el nombre porque te gustaba la cantante y porque a la abuela también le gustaba que le llamasen así aunque de verdad se llame Juliana.

M: Yo creo que tú no eres mi hija, no sé. ¡Y el caso es que tienes la misma voz!. ¡Y qué casualidad más curiosa que mi madre, o tu abuela…. Bueno, la abuela de mi hija Marisol que no sé si eres tú se llame Juliana también!.

H: ¡Pero si es que tú también tienes la misma voz que mi madre!. ¡Qué gracia!. Llevamos hablando un rato creyendo que somos quienes no somos. ¿Cómo se llama usted?... o mejor: ¿Cómo te llamas?.

M: María, hija…. Bueno; María a secas, que hemos quedado en que no eres mi hija. ¡Mira que tienes la voz igual!. ¡Y estás casada!… Me gustaría que mi Marisol se casase. Por eso me ha dado un vuelco el corazón cuando me has dicho que estabas casada. Ha sido como ver mi vida y la tuya; perdón; y la suya, la de mi hija; unos años adelantados.

H: Bueno, bueno, bueno... ¡No me lo puedo creer!. ¿Sabes una cosa?. Que mi mamá se llama como tú: ¡María!. ¿será posible que ni tú eres mi madre, ni yo soy tu hija?..., aunque a lo mejor es que esta llamada es una llamada a un futuro tan incierto como imprevisto. ¿Y si estuviéramos hablando como desconocidas pero en realidad si fuéramos la madre y la hija que seremos, algún día?.

M: ¡Ay Marisol!... ¡Que ya no sé si llamarte hija o no!. Se me han puesto los pelos de punta.

H: ¡A mi igual!.... ¿Cómo se llama papá?... O tu marido… ¿O el padre de tu Marisol?.

M: Alfredo…. ¿Y tu padre?.

H: ¡Vaya!. Tututututututututututu (corte de llamada).

viernes, mayo 11, 2007

Habitación 312

Llegué al hotel con mi bolsa de viaje.
Llevaba encima poca ropa y mucha nostalgia por la ausencia de quien deseaba estuviera allí conmigo con su otra bolsa de viaje y con algo más de ropa (las chicas siempre llevan más cosas que uno).
Me quedé un minuto en la puerta con la tarjeta electrónica en la mano con la que acababa de abrir la habitación 312.
Hay que decir que la habitación estaba muy bien. Pensándolo bien no estaba ni bien ni mal. Si hubiese sido una pocilga llena de ratas y cucarachas como dogos, habría sido una habitación asquerosa.
Sin embargo aquella estaba bien porque ni tenía ni dejaba de tener nada de particular excepto el cuadro del cabecero de la cama que era de Renoir y que le daba un aire romántico que yo en realidad no deseaba en mi nostalgia desamorosa.
La cama era enorme y me pillé alegrándome de que fuese solo para mi, aunque luego me lo reproché (poco). Acogedora habitación, muy amplia, el armario con muchas perchas (me sobraban más de la mitad).
Encima del armario estaba el maletero en el que había dos mantas y dos almohadas de las gorditas de las que me gustan a mí (como las mujeres, que también me gustan gorditas como almohadas achuchables y blanditas).
Me apoderé de una de las gorditas (almohadas, se entiende) y dejé la otra mientras un pequeño vuelco de corazón me recordaba que podría quedarme con las cuatro almohadas (las flacuchas y las gorditas) y me volví a pillar alegrándome egoístamente del indiscutible poderío “almohadil”.
¡Cuántos cajones había también debajo del armario!.
Usaría solo uno, los restantes también me sobraban. Pensé en meter en los vacíos las perchas que no iba a utilizar pero abandoné ese absurdo pensamiento al instante, no fuesen a pensar que las había robado. Me despeloté y me tumbé en la cama despatarrado.
¡Qué a gusto estaba!. En un instante había olvidado toda congoja y nostalgia y desamor. ¿Sería algo que había en el aire decadente de esa habitación 312?.
Entonces fue cuando aún acostado, me di un poco la vuelta y abrí el cajón de la única mesilla que estaba justo a mi derecha viendo con notable sorpresa que estaba lleno de cosas.
Ni rastro de las tristes Biblias que hay en cada una de las mesillas de cada uno de los miles de hoteles de Estados Unidos. Lo que había en el cajón eran fotos de mujeres solas riendo, de hombres solos sonriendo, de parejas abrazadas y de paisajes, había tres bolígrafos, una piedra de la playa de al lado, una baraja a la que le faltaba el dos de copas, un posavasos de un bar de Burgos con un teléfono apuntado, una goma para el pelo con una mariposa de plástico rosa, un euro y quince céntimos y una navajita que ponía recuerdo de Donostia.
Deduje que la gente que iba ocupando aquella habitación dejaba esas cosas tan diversas en el cajón de la mesilla para desprenderse de lo que les recordase dicho objeto.
Cuando me fui del hotel, yo también dejé una cosa en ese cajón....

sábado, mayo 05, 2007

El mejor partido de la Historia

El otro día comentando esta entrada en el blog de Grismar y Cinzcéu, que hablaba de fútbol, de Maradona, del pasado Mundial y de aquella histórica final del Campeonato del Mundo de 1970 en México en la que Brasil ganó 4-1 a Italia en el que muchos consideran el mejor partido de fútbol de la historia, y contestando mi comentario; Cinzcéu me propuso que contase esta otra historia:

21 de junio de 1970. Mi padre; no recuerdo si mi abuelo al que le gustaba más el dominó que el balompié; mi hermano y yo, nos sentamos delante de nuestra vieja TV Iberia cuyos mandos eran muy sonoros. Si encendías el aparato, el botón sonaba: ¡clickclack!, tenías que esperar un rato a que las válvulas se calentasen y entonces empezaba a verse. Si querías cambiar de canal (hecho superfluo pues en esos tiempos sólo existía o aquella tele solamente captaba un único canal de la única televisión que emitía que era TVE) entonces sonaba un potente: ¡clock clock clock!.

Y encendimos la tele y nos sentamos los “hombres” de la casa (tenía yo 14 añitos) ante la tele en blanco y negro para ver y escuchar al locutor que decía que ese partido de la final del Campeonato del Mundo de 1970 en directo desde México y que iban a jugar Brasil e Italia era el primer partido que se retransmitía en color en la vida (lo que a nosotros no nos importaba mucho, aunque pensásemos lo bonito que sería ver las camisetas canarinha y azzurro de los contendientes) y sonaron los himnos nacionales y se saludaron y sortearon los campos y quien tenía que sacar de centro y le tocó sacar a Italia y el arbitro dio el pitido inicial de lo que con el tiempo pasaría a ser considerado el mejor partido de fútbol de la historia y…. de repente un punto blanco llenó la pantalla de la Iberia y ese punto blanco se fue haciendo más y más pequeño y menos y menos brillante como si nos estuviésemos muriendo del revés y en vez de ir a la luz que se supone que nos llama al final del túnel cuando dejamos este mundo, íbamos como para atrás, dejando luz y Félix y Carlos Alberto y Brito y Piazza y Everaldo y Clodoaldo y Gerson y Jairzinho y Tostao y Pelé y Rivelino y Albertosi y Burgnich y Cera y Rosato y Facchetti y Domenghini y Bertini (Juliano, 74') y Mazzola y De Stisi y Boninsegna (Rivera, 83') y Riva y los goles: 1-0: Pelé (18'). 1-1: Boninsegna (37') 2-1: Gerson (66'). 3-1: Jairzinho (71'). 4-1: Carlos Alberto (86'). Y por más clickclacks y clockclockclocks que intentamos, la pantalla quedó negra, el sonido silencioso y es que quizás la pobre y vieja tele en blanco y negro, lloró su inminente muerte al saber que lo que ella nos estaba mostrando no era así como toda la vida, sino en color y a lo mejor nos leyó el pensamiento canarinho y azzurri y a lo peor una lágrima catódica incidió sobre una de sus válvulas y la pobre Iberia, se suicidó ante nuestros ojos en blanco y negro.

P.D. Dedicado a Grismar y Cinzcéu. Ojalá hoy si podáis ver esto.