
Todo lo que empieza, acaba. En noviembre me embarqué a estudiar el Curso de Acceso Directo a la Universidad para Mayores de 25 años.
Han sido meses de relativo estudio, de relativo método a la hora de preparar las seis asignaturas que componen este curso. Reconozco que de Inglés y de Comentario de Texto, no he tocado un solo libro (un poco de Comentario de Texto y nada de Inglés). El resto de asignaturas las he ido sufriendo o disfrutando según el día y el tema. Por ejemplo; y a pesar de que soy un hombre que trabaja con números y medidas todo el día; he sufrido las Matemáticas Básicas, como solo un niño sabe sufrirlas y me rebelaba contra ellas y las he llegado a coger una manía irracional, tan irracional como los números irracionales. He disfrutado relativamente con la Historia del Mundo Contemporáneo, aunque a medida que iba leyendo, se me iban mezclando reyes españoles y guerras extranjeras como un gran gazpacho de siglos y armas y revoluciones industriales y francesas.
Y me he enfrentado con Fundamentos de Psicología, que al ser enumerados de una manera tan enfrascada en pocas páginas, han hecho que me haya ahogado con los “ismos” de cada época: conductismo, cognitivismo, constructivismo, humanismo, psicoanálisis (esto no lleva “ismo” pero sí yo, ello y súper-yo) en una especie de chocolate mental mezclando teorías y luchas fratricidas entre los defensores de cada uno de sus “ismos”.
El caso es que el domingo 18, me examiné desde las 9 de la mañana hasta las 13 en el Pabellón de Convenciones de la Casa de Campo junto a otros miles de estudiantes veteranos de: Lengua Española, Comentario de Texto e Inglés, que me salieron bastante bien (espero, creo, deseo). Y anteayer 24 (a las mismas 9 y 13 horas) me examiné de Historia del Mundo Contemporáneo (entre Fernando VII y la Revolución Soviética elegí lo segundo); Matemáticas (de las 10 preguntas me sabía 4, las otras me las he jugado al buen tuntún) y Psicología cuyo examen adjunto para que vean ustedes a lo que me he tenido que enfrentar y de cuyo resultado positivo, dudo razonablemente.
¡Qué Dios reparta suerte y que me la reparta a mí!