Ana no tenía muchos amigos.
Para ser exactos; Ana no tenía amigos.
Se había ido plegando sobre sí misma harta de ofrecer su corazón, su cariño, su alma y su cuerpo, su todo a la gente, pero la gente siempre había rechazado de un modo u otro ese ofrecimiento sincero, amistoso, amoroso.
La humanidad había agotado sus fuerzas.
Tampoco es que esa humanidad la rechazase de mala forma. Y si lo analizamos bien, no es que fuese rechazo lo que obtenía de las personas a las que se acercaba, sino indiferencia, era como si fuese invisible y nada atractiva. Y eso que Ana no era una chica fea; claro que tampoco era guapa. Era de las que te cruzas en el Metro o en la calle y no reparas en ella porque parece como un complemento de esa situación, como un atrezzo de una obra de teatro.
Ana; sin embargo; sí había encontrado en los anodinos chats de Messenger cierta dosis de amistad cibernética que si no le llenaba al cien por cien, si era como una especie de amistad descafeinada e incluso había llegado a tomar algo con alguien; con quien había tenido chats más o menos trascendentales; que en el encuentro cara a cara se convertían en charlas o bien divertidas o bien aburridas o bien sexuales sin tapujos o en fin en conversaciones tan anodinas como las de los susodichos anodinos chats.
Un día Ana decidió empezar a cribar los ciento y pico contactos de su carpeta de Amigos de MSN.
Se descubrió riendo de lado mientras movía la cabeza asintiendo y analizando; primero la palabra Amigos; y luego la larguísima lista:
“Valientes Amigos”; se dijo chasqueando la lengua. Borró cuatro de golpe porque hacía siglos que no hablaba con ellos, y eso que estos cuatro; que eran además amigos entre sí; eran de los “contactados” por así llamarlos, pues había quedado con los cuatro a la vez hacía meses; casi un año:
“Son unos pelmazos y encima siempre se ríen de mí”; se dijo.
“Me los cargo”.
Se fue a la cama diciéndose que mañana haría una lista más concreta de la gente prescindible y se durmió como un angelito.
Cuando días después se enteró que esos cuatro contactos que había borrado se habían matado al salirse su coche de la carretera el día que los borró de la lista, se sintió rara porque le dio entre pena e indiferencia y además estaba segura que era una casualidad trágicamente caprichosa.
Para demostrárselo a sí misma, borró un contacto de un tipo que siempre andaba rondando para follar con ella; tipo que asqueaba a Ana hasta las entrañas.
“A este cerdo que le follen” pensó mientras lo borraba de la lista.
Ana supo que algo o alguien le había otorgado el poder de quitar la vida con un clic cuando se enteró; esta vez en la tele; de la muerte del acosador en un burdel de mala muerte de un infarto fulminante el día 22 a las 23:48 (clic).
Ana se sentó un poco pálida y calmadamente excitada ante su portátil.
Conectó Messenger; vio que todos sus contactos estaban apagados:
“mejor; así es mejor”; pensó.
Fue al menú Contactos; eligió la carpeta Amigos; dio clic en Borrar Grupo.
¿Estás seguro que quieres borrar el grupo Amigos (156)?.
Ana sin titubear hizo clic con el botón izquierdo del ratón en la opción SI, apagó el portátil, respiró hondo y se durmió como un angelito mensajero de la muerte.